Se mueven como en jaurías dispuestas a cazar. En intervalos de minutos entre colores, se unen en un círculo de comandos verbales que desatan en acciones en cuanto el carmesí baña los cristales.
Es en ese momento que avanzan amenazantes en grupos de seis u ocho, evadiendo los obstáculos e ignorando los denodados esfuerzos que sus víctimas hacen para mantenerlos alejados.
Ellos muestran sus dientes quebrados de tanta batalla, sus alientos espesos y uñas afiladas que rasguñan las pieles brillantes de aquellos que se ven obligados a no avanzar, a permanecer en un sitio peligroso donde nadie más puede defenderlos.
La espuma brota de sus manos y al abalanzarse sobre sus presas esgrimen las armas con las que suelen atacar.
Una de sus víctimas se indigna, le grita a voz en cuello un NO grande que es ayudado por gestos de sus manos. El atacante lo ignora, hace que no escucha, se abalanza sobre el parabrisas y lo riega con un líquido espumosos mezcla de jabón, orín y agua estancada recogida de la calle.
La luz carmesí no cambia y mientras con una mano comienza a pasar el secador sobre el otrora impecable parabrisas, su otra mano sosteniendo un manojo de llaves se apoya sobre el capot a punto de rallarlo.
Su mirada se ocupa más de ver si su víctima toma algo de dinero para darle, e incluso si le pareciera insuficiente la mano deslizará las llaves profundamente hasta encontrar el color base de la chapa desnuda oculta bajo siete capas de impecable pintura.
Los aullido los comunican y las miradas indican que el tiempo del semáforo está llegando a su fin, es hora de recolectar o castigar.
El hombre del NO se ofusca, lo increpa profusamente y amenaza con irse a las manos. El atacante cesa en su acción pero deja el líquido sucio embadurnando el campo visual mientras acusa a los gritos al conductor que se preocupa por la integridad de su auto más que por la de su propio físico.
-Pobrecito !!- clama una mujer mayor que mira el espectáculo desde la vereda- no ven que son chicos pobres, que lo único que quieren es trabajar?-
Dos autos atrás otro miembro de la camada logra abrir una puerta trasera y hacerse de un bolso de mano con el que sale a la carrera entre los autos sin mirar atrás, allí donde el conductor no se anima a bajar.
Cuatro rodean el auto de una joven mujer sola. Le piden dinero, intentan abrir las puertas, se plantan frente a ella con la amenaza de no dejarla avanzar si no deja su dinero, un beso o parte de su sexualidad.
Minetras tanto otro de los lobos continúa trepado sobre la rueda de una camioneta amenazando al conductor con su pomo de carnaval orientado al lavado y el secador de dos mangos próximo al final de sus días útiles de trabajo.
El conductor lo asusta moviendo la rueda para hacerlo caer, pero con tan mal tino que la ventanilla del acompañante medianamente baja permite que un envío lleno de venganza y agua chocolatada llegue hasta su novia y arruine un vestido blanco y una tarde soñada.
El atacante huye, se mezcla con sus iguales y muestra sus dientes custodiado por la manada.
El semáforo ha cambiado.
Es hora de reorganizar el ataque.
0 comentarios:
Publicar un comentario