El bosque lluvioso ardía en miles de tonalidades de verde. Tras el silencio sorpresivo de todas las aves, el firmamento se oscureció en una única nube oscura, pesada y asfixiante. Como Monzón tardío, el cielo finalmente vomitó las aguas relegadas a dilatadas esperas en vapores de altitud. Al caer formaron una cortina brumosa que opacó los luminosos colores de la jungla merced a millones de pequeñas gotas desintegradas contra el follaje en estallidos que en conjunto construían un sonido ensordecedor.
Desde el umbral de la cabaña ella podía disfrutar de ambos mundos. Uno de ellos húmedo y violento, el otro calmo y yermo, pero perdiendo su aridez a cada instante.
Asomó un pie terroso fuera de su refugio y las gotas dibujaron sobre él decenas de coronas y estrellas de barro fundido. El movimiento del aire que danzaba entre las gotas levantó allí fuera una fresca y húmeda brisa que se le coló bajo la falda dándole un respiro al estío que habitaba entre sus ropas.
Suspiró aliviada por un momento.
Sin embargo, hasta donde su mirada podía abarcar, las pequeñas lagunas en principio aisladas las unas de las otras, siguieron sumándose, una tras otra. Pronto sus bordes superaron las fronteras y se unieron en una única nación inundada que se reunía en protesta frente a la cabaña.
El tremor aún resultaba imperceptible.
Los animales, por instinto más que por sapiencia, huían de sus madrigueras y parcelas territoriales ahora inundadas, no sin antes detenerse frente a la cabaña para mirarla con extrañeza, tal vez en una súplica velada, o simplemente a modo de despedida.
Escuchó la primer gota dentro del refugio, infiltrada espía, rítmica y pesada, constante y sufriente, que se destacaba por sobre el ruido blanco general al sonar perfectamente espaciada en su reiterada frecuencia.
-Deberemos convertirnos en pez... suspiró por lo bajo mientras las aguas subían escalón por escalón la distancia que las separaba de la punta de sus enaguas. Un relámpago quebró la bruma incolora y comenzó a contar. unmil, dosmil , tresmil , cuatromil , cincomil , seismil... y el sonido del trueno llegó hasta sus tímpanos imitando un tambor que fuera tocado primero levemente y luego en total paroxismo. Dividido tres. Tres en seis entra...Dos, eso... dos kilómetros alejada del centro de la tormenta que avanzaba hacia la cabaña de bambú y paja.
O era dos kilómetros más cerca?
Debía prepararse, no había tiempo ni tenía plan de escape. Él no estaría para ayudarla esta vez, no llegaría a tiempo. Debía hacerlo sola. Volteó la pequeña cama tallada por las manos de su hombre como cuna y canoa a la vez y la llenó de semillas y agua almacenada en envases que ella misma había elaborado.
No había tiempo, el mar reclamaba con voracidad la tierra que consideraba suya y la vida no parecía estar dispuesta a dar segundas oportunidades.
Llenó de aire su pecho en la que podría ser la última vez.
La primer ola había llegado
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