Paula, se acercó del otro lado del vidrio, con la mirada perdida con rumbo al contenedor de residuos que el restaurante atiborraba hasta el desborde allí donde el fin de la vidriera ocultaba su inmunda imagen. Tan era así que yo apenas podía observarlo con dificultad en la diagonal, justo por sobre el hombro del habitante de la mesa cinco.
Tal vez por eso pensé que ella miraba al comensal que ya había tomado el recipiente de queso rallado y con una minúscula cucharita procedía a cubrir su humeante plato. Una , dos , tres...quince, veinte cucharadas que convertían al plato de canelones con queso en otro compuesto de queso con un leve toque de canelones con salsa blanca por debajo.
Tal vez cansado de tanto ejercicio vano o por temor a que su plato perdiera más temperatura al transcurrir tanto tiempo, el hombre decidió volcar de una vez el resto que aún quedaba en el recipiente y así terminar con tan delicada e inútil tarea.
Pero Paula estaba mirando más allá. Al fondo, donde las palomas carroñeras habían huido espantadas para posarse sobre el tendido de cables. Allí esperarían que regresara la tranquilidad a su área de engorde, mientras practicaban tiro al blanco sobre las superficies de los autos estacionados. Paula, como las palomas, estaba perturbada por los movimientos que una figura desarrollaba en torno al contenedor.
Maxi me dejó la cuenta, pagué con diez por ciento de agradecimiento y lentamente fui al encuentro de mi esposa.
-Pobrecito...
Fue la única palabra que apuntalada con la mirada me dirigió hacia el contenedor.
-Está comiendo lo que encuentra...
Lo dijo con un asombro que yo no podía entender después de haber visto esa misma escena repetida hasta el hartazgo con el devenir de múltiples e ineficientes gobiernos.
-Si, no te preocupes. - intenté tranquilizarla- El contenedor está lleno de recortes y comida en buen estado que los del restaurante tiran. Son las sobras. Peor sería un contenedor con cosas en mal estado...
Y mientras la arrastraba sutilmente sobre la línea peatonal cruzando la calle, me detuve a observar la labor veloz , precisa y constante con la que el hombre de no más de treinta años separaba materiales reciclables, alimentos de consumo inmediato, otros que podían esperar, lo que le daba a su perro y lo que le tiraba a los pichones.
-Querés darle un poco de plata para que coma algo decente?
Paula me miró con expresión aún enganchada en un pensamiento profundamente enredado en sus neuronas.
-No. No está pidiendo. La campera que usa está destruida pero es de marca. Hay gente que antes que mendigar prefiere pegarse un tiro. No, no quiero ofenderlo...en una de esas tiene problemas mentales...
-Bueno, entonces vamos...
Comenzó a caminar y de pronto se detuvo abruptamente como si una nueva idea la hubiera atravesado.
-Mejor sí. Pobrecito. Me da lástima. ¿cuánto le damos?..
-No sé, pensaba para un sándwich o algo para llevar, que sé yo..?
-Tenés?
Saqué la plata del pantalón casi como contada y se la entregué mientras la observaba decidida a alcanzar a ese ser humano antes que como un ciervito asustado emprendiera la huida.
-Yo te vigilo desde esta vereda...-alcancé a gritarle cuando ya había iniciado la carrera-
Ella cruzó, y se acercó hasta unos metros del pobre tipo. Seguramente le dijo -No se ofenda, pero me gustaría darle unos pesos para algo caliente- Y desde la vereda de enfrente pude ver como el hombre se detenía, la observaba con curiosidad y sin acercarse más de lo apropiado, como para no asustarla, encogió el cuerpo extendiendo su mano hasta Paula y recibir así al fin el dinero. Rápido guardó el botín en su bolsillo y volvió a su tarea como si nada hubiera pasado. Paula se volteó cabizbaja para emprender el regreso cuando yo, único testigo del evento en una posición privilegiada, noto que el muchacho levanta la cabeza y la espía, para luego, una vez seguro de no ser visto, voltearse y hacer un pequeño festejo futbolero no exento de algún saltito y golpe de puño con el aire como destino.
Todo duró tan sólo un segundo y fue un evento espontáneo y prodigioso del que Paula no había sido testigo.
-No tiene dientes- me dijo al cruzar la calle casi llorando- y tiene las manos tatuadas de basura...
-Entonces ojalá que esos billetes lleguen a las manos de algún político y así los toque un poco de la realidad que ellos mismos generan...-dije yo en una fallida humorada para levantarle el ánimo...
La cara de Paula no acusó recibo y parecía estar sumida en una total tristeza.
-Vos no viste lo que yo...-le dije sonriendo.
-¿Qué viste? dale, contame...-dijo con genuina curiosidad-
-Cuando te diste vuelta y se aseguró que no lo veías, festejó como un chico con juguete nuevo...
Paula sonrió. Miró hacia atrás a la figura que seguía escarbando del otro lado de la vidriera donde el hombre terminaba su colchón de queso rallado con canelones con salsa blanca, me miró y supe que había recuperado esa alegría que la había abandonado por un momento.
Tan sólo unos pocos pesos habían comprado la felicidad momentánea de tres personas.
Lo mismo que había costado el plato de canelones con queso.
O.Pin
O.Pin siempre me sorprendes, ahora con esta pequeña historia de una gran simpleza pero tan humanizada y tan bien resuelta. Excelente
ResponderBorrarMuchas gracias Maica.
BorrarSiempre es bueno saber que puedo sorprender.
Cariños.
muy triste y comprobable... muy bien narrado... como si estuviésemos ahí. Gracias
ResponderBorrarGracias Marga.
BorrarSi logro transportar a alguien dentro de mi relato, me doy por bien pagado.
(gracias por la ayuda :) )
Cariños.
Bueno y triste relato. Me transportaste a uno de esos lugares cada vez más comunes en nuestra vida cotidiana.
ResponderBorrarMuchas gracias. Tiene mucha razón. Es otra realidad vergonzante que ha tomado validez mundial.
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